domingo, diciembre 13, 2009

El Castillo del Silencio




- Permanecer en silencio es algo más que no hablar - dijo el rey - Descubrí que, cuando estaba con alguien, mostraba sólo mi mejor imagen. No dejaba caer mis barreras, de manera que ni yo ni la otra persona podíamos ver lo que yo intentaba esconder.
- No lo capto - dijo el caballero.
- Lo comprenderéis - replicó el rey - cuando hayáis permanecido aquí el tiempo suficiente. Uno debe estar solo para poder dejar caer su armadura. (...)

Se encontró diciendo que había hablado tanto durante toda su vida para evitar sentirse solo.
El caballero pensó profundamente sobre esto hasta que el sonido de su propia voz rompió el aterrador silencio.
- Supongo que siempre he tenido miedo de estar solo.

(...) Al poco rato, le vino el pensamiento de que toda su vida había perdido el tiempo hablando de lo que había hecho y de lo que iba a hacer. Nunca había disfrutado de lo que pasaba en el momento.(...) Animado por su progreso, el caballero hizo algo que nunca antes había hecho. Se quedó quieto y escuchó el silencio. Se dio cuenta de que, durante la mayor parte de su vida, no había escuchado realmente a nadie ni a nada. El sonido del viento, de la lluvia, el sonido del agua que corre por los arroyos, habían estado siempre ahí, pero en realidad nunca los había oído. Tampoco había oído a Julieta, cuando ella intentaba decirlo cómo se sentía; especialmente cuando estaba triste. Le hacía recordar que él también estaba triste. De hecho, una de las razones por las que había decidido dejarse la armadura puesta todo el tiempo era porque así ahogaba la triste voz de Julieta. Todo lo que tenía que hacer era bajar la visera y ya no la oía.
Julieta debía de haberse sentido muy sola hablando con un hombre envuelto en acero; tan sola como el se había sentido en esta lúgubre habitación. Su propio dolor y su soledad afloraron. Comenzó a sentir el dolor y la soledad de Julieta también. (...)


El Caballero de la Armadura Oxidada - Robert Fisher

El silencio me asusta, porque me veo obligada a escuchar a mis propios fantasmas. Ellos no son muy amigables, son más bien depresivos y se interponen a mi alegría vital. Se desesperan y se cansan de que todo nos (a ellos y a mi) cueste. Nos cuesta salir desde el pequeño espacio de esta habitación y de esta casa, nos cuesta vivir con tranquilidad y en nuestro propio hogar. Nos cuesta encontrar a ese hombre que vuela, aquel que sepa valorar nuestra compañía y la prefiera a cualquier otra.

Hoy, cuando el silencio me acompaña todavía no logro comprender. Tendré que seguir en su compañía y quisiera que sintiera mi dolor...

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