sábado, noviembre 19, 2011

Testamento y funeral


como la muerte anda en secreto
y no se sabe qué mañana,
yo voy a hacer mi testamento,
a repartir lo que me falta
—pues lo que tuve ya está hecho,
ya está abrigado, ya está en casa—.
Yo voy a hacer mi testamento
para cerrar cuentas soñadas.

Le debo una canción a la sonrisa,
a la sonrisa de manantial, esa que salta:
le debo una canción a toda prisa
para que quede que estuvo cerca, agazapada.

Le debo una canción a lo que supe,
a lo que supe y no pudo ser más que silencio:
le debo una canción, una que ocupe
la cantidad de mordazamor de un juramento.

Les debo una canción a los pecados,
a los pecados que no gasté, los que no pude:
les debo una canción, no como hermano,
sino de sal que el delectador también alude.

Le debo una canción a la mentira,
a la mentira pequeña, frágil, casi salva:
le debo una canción endurecida,
una canción asesina, bruta, sanguinaria.

Le debo una canción al oportuno,
al oportuno mutilador de cuanta ala:
le debo una canción de tono oscuro
que lo encadene a vagar su eterna madrugada.

Le debo una canción a las fronteras,
a las fronteras humanas, no a las del misterio:
les debo una canción tan poco nueva
como la voz más elemental de los colegios.

Le debo una canción a una bala,
a un proyectil que debió esperarme en una selva:
le debo una canción desesperada,
desesperada por no poder llegar a verla.

Le debo una canción al compañero,
al compañero de riesgos, al de la victoria:
le debo una canción de canto nuevo,
una bandera común que vuele con la Historia.

Le debo una canción, una, a la muerte,
una a la muerte voraz que se comerá tanto:
le debo una canción en que hunda el diente
y luego esparza con la explosión fuegos del canto.

Le debo una canción a lo imposible,
a la mujer, a la estrella, al sueño que nos lanza:
le debo una canción indescriptible
como una vela inflamada en vientos de esperanza.


Resulta difícil incluso a esta edad asumir y entender que alguien ya no está, que no lo volverás a ver, que su cuerpo es ahora sólo es un saco de huesos. Recuerdo cuando pasaba a saludarlo; entraba al local y cuando me veía, me decía "vereniiiita", y siempre se alegraba al verme llegar. Ya no habrán más asados de fiestas patrias, ni años nuevos con aquella mesa larga, llena de comida.

Ahí estaba ese ataud, rodeada de imágenes de cruces, velas eléctricas al medio de aquel triángulo con paredes pintadas con murales alusivos a Jesús y a la muerte. ¿para qué y con qué afán se cree que aquella ventanilla de los ataudes tiene que estar abierta para que un desfile de personas que hasta no conociste vea tu cara inerte? A mi me da toda la impresión que es de puro morbo. Así, con las situaciones acontecidas me está dando miedo de que cuando me muera hagan cosas que no me gustan. No sé si a alguien se le ocurra revisar este blog si me muero, pero es un intento de explicitar mi voluntad.

En primer lugar, quiero ser donante. Si es que mi ser está apto en ese momento para eso. No necesito un cuerpo muerto que nunca más va a servir mas que para alimentar a los gusanos. Prefiero regalar vida a personas que a gusanos...

En segundo lugar, y sólo porque es tradición, espero que me velen en algún lado, sin cruces ni jesuses. Sin ventanilla abierta, prefiero que me recuerden mejor parecida. El que quiera llevar flores, que me lleve calas, puras calas. Ya, si quieren rezar para consolarse, que lo hagan, eso lo acepto.

Lo más importante, es que por ningún motivo quiero terminar en un cajón ni enterrada ni metida en un hueco oscuro. Que me cremen, y que me tiren por ahí. Tampoco quiero terminar metida en un jarrón tétrico en alguna esquina de una casa. Ni obligar a la gente a que vayan a hablarle a un cuerpo muerto y llevarle flores. Si muero, estaré en la mente del que lo desee. Y me podrá hablar cuando quiera. Porque tampoco quiero flores marchitas o de plástico acompañándome. De esta forma la gente ya no pensará "tengo que ir a ver a la Verena", sino que el quiera pensarme, lo hará libremente...

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