miércoles, agosto 02, 2006

el daño...


Es como con el cuerpo. Como con las partes del cuerpo. Demasiadas veces se ha dicho que es necesario perder algo -a veces basta creer que vamos a perderlo- para valorarlo. Pienso que todo parte incluso antes: el dolor. Uno no toma conciencia de su dedo hasta que, por algún motivo, se lo hiere. Basta un pequeño corte, una ampolla, una quemadura, para tener conciencia en todo momento de que ese dedo está allí; para que el dedo comience a ser más importante que el resto de nuestro cuerpo. Para que nos vayamos convirtiendo en un cerebro que piensa en función de su dedo, en un cuerpo que se mueve a pesar de su dedo. Basta que algo nos duela para que no podamos desprendernos de ello, a veces en el afánmde recordar y revivir a cada momento ese dolor; a veces, por querer huir de aquello que no podemos dejar de sentir.
Cuando el dolor es leve, cuando la herida o la llaga son leves, pasan rápidamente y podemos llegar incluso a olvidar que las sufrimos. Olvidar de nuevo la totalidad de ese dedo, hasta que volvamos a herirlo. Cuando la herida es muy profunda, puede que tengamos que acostumbrarnos a vivir con un dedo distinto; un dedo que tal vez fue cortado o golpeado tan internamente que seremos incapaces de recuperar la sensibilidad de la yema o la fuerza necesaria para ejercer presión en él. Puede que tengamos que entrenarlo en ejercicios de rehabilitación; que tanga que ir superando pequeñas tareas que para el resto de nuestros dedos son triviales, hasta acostumbrarnos a esa pieza distinta, fracturada, menor. Puede incluso que no lo soportemos y lo abandonemos del todo, para luego arrastrarlo como una muñeca de trapo, querida pero inanimada; al fin y al cbo prescindible.
Son los puntos que dolieron los que ahora me hacen débil, y son tantos los puntos que dolieron. Cada vez que alguien se acerca a mí por cualquoer motivo, desde la pura simpatía hasta la atracción, , cada vez que una nueva forma de initimidad amenaza con aparecer, puedo ver esta caja llena de herramientas que cargo. Tantas. Tan distinas. Luego veo claramente cómo, en el transcurso (siempre lento) de una nueva cercanía, voy dándole a mi interlocutor, una a una, esas herramientas, cada una con su manual de uso. Una a una, las armas que pueden herirme y el área precisa en que me duelen; la posibilidad detallada de exterminarme, por mi maldita y multifacética debilidad. Y algo en mí, tal vez lo mismo que quiere confiarse y entregarse y regalar a la vez esa arma con la sensación de que quedará en buenas manos, algo de mí sabe que tarde o temprano, por un descuido, o por un resentimiento, o incluso por un malentendido, una a una me serán arrojadas de la forma precisa en que el manual indicaba.
Tantas veces he tenido que hacerlo ya. Recogerlas todas y ponerlas de nuevo, ordenadamente, en su caja, nombrando cada una de ellas para constatar, una vez más, que siguen estando todas (demasiadas) e intactas; eso sí, siin devolverlas nunca a quien las utilizó. Y, con el nuevo daño recién ocasionado, empezar a caminar con un ceebro que piensa para ese dolor, un corazón que siente por ese dolor, y un cuerpo que se mueve y funciona a pesar de ese dolor.

Cap 6. "El Daño" Andrea Maturana...

No hay comentarios.: